Disfrazado de vendedora
de manzanas recorría los hogares de las bellas damiselas del lugar. Portaba un
canasto de suculentos frutos rojos y brillantes, que impregnaba previamente con
su elixir de amor. Ni los aromas de perfumista, ni las vasijas mágicas de
alfarero ni los pinchazos con su huso de hilandera funcionaron. La boca que
sucumbiera a su manzana habría de pertenecer a la mujer que saciara su búsqueda
de amor. Si la pócima fallaba de
nuevo, otra mujer enloquecida y entregada
sin razón reforzaría su recurrente vacío. Entonces, él
tendría que dormir para siempre a una bella más.
Para concurso microcuentos by Morgana M.L
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